Invitado por el productor Jorge Zapata, el saxofonista Oscar Feldman se presentó en vivo en el programa Telemanias de Audiovisión. Un lujo histórico de la música nacional.
Si hay algo que Oscar Feldman acumuló a lo largo de su carrera, cuyos inicios el saxofonista ubica por finales de los años ‘70, son sueños cumplidos que ni siquiera se atreve a priorizar por orden de importancia.
“Mi primer sueño fue haber tocado con Dino Saluzzi, cuando yo apenas sabía tocar. No sé qué escuchó en mí. Puede haber sido mi entusiasmo, mi deseo, mi pasión. Me acuerdo que por el ’80 me pidió que tocara una escala, y yo no sabía lo qué era eso. No obstante, me dio unas partes y me advirtió: ‘Si no las estudiás, lo voy a llamar a Hugo Pierre’. Me encerré un mes a decodificarlas, me estudié todo, y empecé a tocar con él. La sensación de estar en el escenario al lado de ese salteño loco, que tocaba el bandoneón desde una perspectiva vanguardista y con esa enorme categoría que exhibía era increíble”, recuerda el músico, que no mucho antes había saltado de su Córdoba natal a la Buenos Aires con olor a terror.
Aquel viaje iniciático emprendido el año anterior había puesto en marcha, sin que lo supiera, otro de sus sueños con final feliz. “Hermeto Pascoal había venido a tocar a la Argentina por primera vez, y yo decidí tomarme un micro para intentar conocerlo”, cuenta. Y amplía: “Ni bien llegué me fui al hotel donde paraba, ahí nomás de Callao y Santa Fe. Me quedé en el lobby unas seis horas, hasta que apareció, con su presencia inconfundible. Me miró a los ojos y entendió por qué yo estaba ahí. Como los militares eran muy estrictos con el tema de los viajes por el país, Hermeto suspendió sus presentaciones en el interior, y decidió quedarse en la ciudad hasta su fecha programada acá. Esos días me los agarré para mí. Yo le mostraba la ciudad, íbamos a Jazz y Pop.”
Con el tiempo, la relación prosperó. “Vinieron mis visitas a Río, y conectamos de un modo muy particular. En una ocasión, yo estaba en Nueva York, y cerca de la medianoche, me llamó para felicitarme, desde la casa de unos amigos, en Córdoba, porque se había enterado de que iba a tener una hija. ‘Te quiero escribir un tema’, me dijo, y al tiempo me mandó Oscar e familia, todo escrito en dos hojas en PDF. Un jeroglífico tremendo, que tuve que decodificar, y después tocar. Pero para mí, que él me hubiera dedicado un tema fue como ganar un Grammy”, admite.
Feldman tira más sueños sobre la mesa: “La primera vez que yo ensayé con mi grupo, el guitarrista trajo el disco Romantic Warrior, de Return to Forever. Ahí, en la contratapa, aparecía un Al Di Meola bien jovencito, que ya la movía. De lo contrario, Chick Corea no lo hubiera llamado. Y yo recuerdo que al mirar las fotos pensé: ‘Esto es inalcanzable’. Sin embargo, décadas más tarde, Di Meola me llamó para grabar en un tema de un disco de él. Y en ese nivel de ensueño está la posibilidad de haber grabado con Gato Barbieri, con Paquito D’Rivera, con Hugo Fattoruso, que tocó tambores en un tema que les dediqué a Los Shakers.”
Hermosas anécdotas, de las que Feldman, de paso por Buenos Aires, reconoce no tener registro fotográfico a mano. “La verdad es que nunca pensé en cargarlas en la notebook”, confiesa, mientras busca entre los archivos. Y el que busca encuentra.
“Acá tengo una con el Flaco”, dice. Y elige por obligación, aunque no sin satisfacción. “Lo conocí –relata- cuando yo tocaba con los músicos del Centro, donde estaba César Franov, que después se fue a Jade, en un pase que fue como si Riquelme hubiera pasado a River. El Flaco tenía una quinta en Castelar, y alguna vez lo acompañé a tomar mate. Ahí lo conocí al Luis de entrecasa, y nos hicimos amigos.”
Feldman habla de un cariño especial. “Natural. Porque Luis es un ser muy real”, al tiempo que cuenta cómo el mismo tipo que días después llenaría Vélez, se levantó del umbral de su casa para saludar y consolar a una mujer con pocos dientes que le hablaba de un tal Rubén, que preguntaba por él. “‘Mamita, decime qué le pasa. Vamos adentro, contame’, la invitó”, resume el saxofonista.
El mismo que poco después tuvo una idea, que creyó alocada. “Había quedado un tema, Peace to Find, en el que pensaba poner una trompeta. Pero de pronto me imaginé la voz de Luis. Lo llamé por teléfono, y me dijo que sí. Entre la felicidad y la incredulidad, le mandé la partitura, sin reparar en que Luis no lee. No lo sabía. Entonces, me llamó y me dijo: ‘Oscar, papito, me mandaste esa parte, y para mí es como cruzar la cordillera en ojotas’”, recuerda Feldman, carcajada de por medio.
Y precipita el desenlace: “Así las cosas, todo se cocinó en el estudio. El me decía que era muy difícil, y yo le respondía: ‘Con las cosas que cantaste, cómo va a ser difícil esto’. Estuvimos un buen rato, pero el resultado fue maravilloso. El mejor tema de cierre para el disco, con el sueño de tener a mí héroe ahí, cantando, cumplido.”
Escribió: Edaurdo Slusarczuk
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