PRIMERA PARTE LA MASACRE DE LOS COOPERATIVISTAS. ESCRIBE: MIGUEL ANGEL DURÁN. Miércoles 23 de enero de 1974. Esa mañana, muy temprano, cinco cooperativistas santafesinos viajaban hacia Colonia Caroya, en la provincia de Córdoba en un Ford Falcon rojo. Casi a la misma hora, de la delegación Córdoba de la Policía Federal, cinco agentes fuertemente armados fueron comisionados por el entonces juez federal Adolfo Zamboni Ledesma para realizar allanamientos en distintos barrios de la ciudad y un sexto en Río Segundo. La comisión policial se desplazaba en un Ford Falcon color borravino. Trágica casualidad. Dos autos similares circulando por la misma zona, cinco ocupantes en cada uno. Una casualidad que resultaría trágica. Antes del mediodía, los federales habían allanado los primeros cinco domicilios. Los resultados fueron negativos. Cuando se aprestaban a concretar el último procedimiento en el inmueble de Río Segundo, fueron primero a comer un asadito en una parrilla de Pilar. El calor era agobiante. Los policías querían almorzar afuera, bajo la sombra de los árboles. Alguien sugirió que no dejaran el armamento a la vista porque la gente podía asustarse. Era zona de chacras. Los hombres de civil sacaron escopetas, armas cortas y largas y hasta una pistola lanzagases y las guardaron en el baúl del auto. Esa maniobra fue advertida por un oficial de ejército, que los denunció en la creencia de que se trataba de subversivos. Los “viajeros peligrosos” (como los había calificado el militar) se identificaron ante la policía local e incluso les mostraron las armas que tenían en el baúl. Los federales fueron trasladados a la comisaria y finalmente les pidieron disculpas. A esa altura, desde la ciudad de Córdoba ya habían partido rumbo a Pilar algunos móviles del Comando Radioeléctrico bajo las órdenes del comisario Néstor Efraín Cornejo. Al escuchar a través de la radio que los patrulleros del Comando Radioeléctrico iban a ese lugar, móviles y efectivos decidieron agregarse a lo que en momentos más se convertiría en una matanza a sangre fría. La “muerte vestida de azul” se detuvo en el kilómetro 694. Como si se tratara de una guerra, los policías, -había de uniforme y de civil- , se ubicaron estratégicamente en las zanjas situadas a ambos lados de la ruta. Se agacharon y ocultaron en esas “trincheras” naturales. Instantes antes de las dos de la tarde, divisaron el Falcon rojo. SEGUNDA PARTE Los hombres apostados en el kilómetro 694, cuando tuvieron a tiro al Falcon rojo en el que viajaban los cinco cooperativistas santafesinos, abrieron fuego. Le tiraron de todo y con todo. Pistolas, revólveres, escopetas. El auto sin control, convertido en un enorme colador sobre ruedas (se contabilizaron 72 agujeros de bala en la carrocería), comenzó a zigzaguear en la ruta, cruzó a la mano opuesta, ingresó a la zanja y terminó contra la alambrada del ferrocarril después de voltear tres postes de líneas telefónicas. “No tiren, no tiren”, imploró uno de los sobrevivientes. Lejos de apiadarse, algunos de los policías se acercaron y los remataron. Hubo testigos que los vieron apuntar y meter los brazos adentro del habitáculo para eliminar todo signo de vida. El próximo paso de los homicidas fue plantar armas en el auto y eliminar todo elemento que pudiera incriminarlos. El comisario Cornejo llamó al oficial Nicolás Omar Pessina para que acudiera con algunos hombres y trajeran armas para demostrar que los cinco abatidos eran subversivos que, en vez de identificarse, dispararon contra el personal policial. Alrededor de las 14.45 llegaron Pessina y otros cuatro agentes de civil. Cumpliendo las órdenes de Cornejo, se desplazaron a un callejón y dispararon las pistolas, los revólveres y la carabina que iban a “plantar” en el Falcon. Los autores de la masacre actuaban con absoluta impunidad. Los cadáveres de los cooperativistas desaparecieron como por arte de magia para ser recién “blanqueados” en horas de la noche en los hospitales San Roque y de Urgencias. Para no dejar rastros que pudieran llevar a la identificación de las víctimas, se sacaron las chapas patente del Falcon y los documentos de los cooperativistas se quemaron en un descampado. Cuando ingresaron a los mencionados hospitales, los cuerpos estaban desnudos. Por si algo faltaba, ya en la comisaría de Río Segundo se labró el acta donde se dejó constancia de que además de las armas secuestradas a los “delincuentes subversivos”, aparecieron mechas y detonadores de explosivos. En el curso de la investigación hubo testigos amenazados e incluso uno que se tuvo que ir del país para salvar su vida. Y eso que era médico policial con 15 años de antigüedad en Rosario. ¿ Y qué pasó con los federales que iban en el Falcon borravino ?. ¿ Qué papel jugaron en el caso ? Las respuestas a estos interrogantes esconden un secreto.
El juicio fue una parodia, una farsa. Los dos primeros meses, con los jueces Hairabedian y Miguel Ángel Ferrero todo iba bien. Llegó Antonio Navarro, jefe de Policía que derrocó al gobernador Ricardo Obregón Cano el 28 de febrero de 1974 y cambió todo.
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