PRIMERA PARTE MARIO ALBERTO KEMPES… VERDUGO O LIBERADOR DE LOS PRESOS POLÍTICOS DE LA DICTADURA MILITAR…. BOCHINI Y BERTONI, HÉROES DE LA RESISTENCIA A MENÉNDEZ. ESCRIBE: JUAN IGNACIO GARCÍA QUIROGA Mientras millones gozaban del triunfo en 1978, otros sufrían las consecuencias de ser prisioneros políticos de la dictadura. Cada gol argentino, ¿sepultaría sueños de libertad… o abriría mágicamente las cárceles? Kempes, ¿sería verdugo o libertador?
Mientras millones de argentinos gozaban una embriagadora felicidad presagiando la primera conquista mundial, un puñado de cordobeses recluidos en la vieja cárcel de San Martín, además de prisioneros de la dictadura se convertían en rehenes.
Cada uno de los secuestrados políticos, pagaría con su vida la muerte violenta de cada uno de los integrantes de las Fuerzas Armadas que produjera la guerrilla, que ninguno integraba, y que a esa altura nadie sabía si operaba o existía.
Fijaron el precio del valor de las vidas en la balanza de la desproporción elitista. Por un cabo, un prisionero; Por un teniente, cinco reos, y así sucesivamente, con rigurosa subordinación a un escrupuloso orden jerárquico, la vida del comandante del cuerpo se protegía con la ejecución de todos los rehenes.
Nacía de este modo la nueva categoría del preso-rehén, haciéndolos asumir una responsabilidad de imposible cumplimiento.
Ya habían experimentado un anticipo del amargo significado que el fútbol les deparaba. Unos meses antes y por 90 minutos, fuimos hinchas de Independiente de Avellaneda al enfrentar a Talleres en enero de ese año, estando el conjunto local a punto de obtener el título. A pesar del aislamiento y la soledad, intuían que Talleres era el candidato militar por el impresionante clima de júbilo que exhibían los preparativos y cuyos resplandores les provocaban encontradas sensaciones.
Una seria investigación reveló la sólida relación entre la dirigencia del club de barrio Jardín y el Tercer Cuerpo.
Los que conocen las intimidades de ese partido no dudan que se ofreció recompensa al árbitro y un notorio periodista local participó de las gestiones en procura de la definición apetecida. Con mucha dignidad, Independiente de Avellanedda, aniquiló la pretensión cívico-militar. Como cordobés pido disculpas, pero Bochini y Bertoni forman parte de mi legión de héroes, porque gestaron con su resistencia una lección inolvidable. SEGUNDA PARTE Al igual que todo el país, la cárcel de Barrio San Martín estaba pendiente del Mundial. Las radios y televisores de los presos comunes generaban sus aullidos y exclamaciones. Los goles hacían estallar la cárcel. Ese clima de algarabía contrastaba con el forzado y opresivo silencio de los presos políticos. La inminencia de la eliminación sino se ganaba a Perú por cuatro goles de diferencia, dividió las opiniones de los cautivos-rehenes. Si la Argentina quedaba afuera, ¿la dictadura caería más rápido o acentuaría la represión? Si ganaba, ¿habría una apertura o actuando con semejante respaldo “derecho y humano” se perpetuaría?.
El fútbol, esa pasión de multitudes, para los presos políticos, era cuestión de vida o muerte, tensión mortal, puro derroche de adrenalina.
Mientras los apestados sólo podían esperar impotentes que un cáncer no matara a un cabo, ni una indigestión no envenenara a un jefe, los goles contra Perú desataron la contenida euforia de unos y la infinita tristeza de otros.
Muchos decían: es preferible perder el Mundial para salir pronto. Faltaba coincidencia sobre el punto: la coronación del equipo nacional era, según una óptica opuesta, el principio de una mayor tolerancia.
El análisis resultó erróneo: recién la derrota de Malvinas ¡cuatro años más tarde! desencadenó el debilitamiento que condujo a las elecciones de 1983.
Una culminación insólita, conmovedora e impactante tuvo el Mundial en la Cárcel Penitenciaria de Córdoba. Lo que sucedió allí es irrepetible. La mayoría transformó con orgullo toallas celestes y blancas en banderas, y entonando cánticos futboleros dieron la vuelta olímpica en los pasillos del pabellón de la muerte.
Sorprendidos y atónitos, los guardias permanecieron paralizados. El hecho no estaba incluido en su manual operativo. Tal vez pensaron que, al fin y al cabo, esos sujetos tenían su misma nacionalidad y no merecían el desprecio que les inculcaron.
Después, retornaron la monotonía, la ansiedad y la incertidumbre. ¿Habría muerto un cabo, un teniente o un general? Un rehén, no canjeado por nadie, fue trasladado y no regresó jamás. Murió por el fútbol. Lo mató el campeonato Mundial. ¡Vamos Argentina, todavía!
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