Carmona: El famoso asesino de las cárceles argentinas
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Roberto Carmona, quizás el asesino más famoso o de mayor crueldad de las cárceles argentinas en un reportaje único y exclusivo de Audiovisión realizado en 1990 para el programa Muy Buenas Noches producido por Jorge Zapata. Su historia en el siguiente relato especializado del periodista Dante Leguizamón en su libro LA LETRA CON SANGRE: Caso Gabriela Ceppi - CONDENADO A MATAR - "Están asaltados”. Roberto Lloraba desconsolado en un rincón de la enorme habitación donde dormían los varones. Tenía apenas cinco años y, aunque ya conocía a la perfección la soledad, no podía acostumbrarse al abandono. Cada vez que terminaba la visita y ella debía dejarlo otra vez, él necesitaba llorar para despedirla. Ese momento de debilidad era el que aprovechaban los chicos más grandes para burlarse y robarle la comida que su madre le acababa de llevar. Si quería recuperarla, tenía que pelear. La recomendación de las autoridades del hogar Villa Elisa, de La Plata, en aquel invierno de 1967, fue pedirle a Magdalena Bonet, la mujer que había dejado a sus hijos en el lugar porque no podía mantenerlos, que espaciara sus visitas. Así evitarían que el problema del llanto de Roberto José Carmona se repitiera tan seguido. La vida del niño siguió en la misma sintonía durante seis años repartidos entre ese hogar y un convento donde los curas no fueron menos violentos que sus compañeros del Villa Elisa. Finalmente su madre lo llevó a vivir con ella, pero la buena noticia no significó un cambio demasiado grande. Ella seguía siendo tan abandónica como antes, con la diferencia de que ahora estaba cerca. Se mantenía distante, sin mostrar cariño y, a veces, también pegaba. Aquellos tiempos en definitiva fueron tan oscuros como los primeros y como los que vendrían más tarde. A los diez años cometió su primer robo. Abrió el coche de un policía y se escapó con una pistola calibre 45. Como todo buen ladrón, siguió haciendo lo que le salía bien por bastante tiempo. A los trece su madre le pidió que consiguiese dinero porque uno de hermanos había sufrido un accidente y, sino conseguían plata, los médicos se negaban a atenderlo. Roberto José dice que robó un maletín y escapó. Siempre dispuestos a acomodar los hechos con el objetivo de sentirse reivindicado, asegura que con parte de la plata pagó a los médicos y lo otro lo repartió, cual Robin Hood, entre sus amigos. Antes de cumplir dieciocho ya había conocido decenas de institutos de menores y estaba preparado para cambiar celadores por guardiacárceles. Consumía marihuana frecuentemente y también algunas pastillas, pero no era eso lo que lo volvía peligroso sino más bien sus problemas psicológicos. El día en que pasó por Villa Carlos Paz para festejar su cumpleaños veinticuatro, Roberto José todavía era un ladrón de hechos menores y aún no había matado a nadie, pero ya conocía los penales de Olmos, Sierra Chica, San Nicolás, La Plata y Junín. Pronto comenzaría a recorrer los de Córdoba. Esa noche La historia de Gabriela Ceppi está ligada a la de Roberto José Carmona. Hija de Iléctor Ceppi, un odontólogo reconocido y secretario de asuntos estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba, la chica tenía una vida feliz, acomodada y próspera. Se tratada de una chica bien, de un barrio bien, de una Córdoba bien, hasta que todo salió mal aquella madrugada del 15 de enero cuando, de regreso a casa, después de salir a bailar con dos amigos, conoció al peor hombre en el peor momento. Vamos sí o sí Gabriela Ceppi era una chica hermosa, de pelo enrulado, labios gruesos y piernas dignas de admirar. Estudiaba la secundaria en el Instituto Ricardo Rojas y practicaba natación en sus tiempos libres. Así como tenía fama de simpática y entradora, también se decía que era medio vaga y que por eso se quedó de año, aunque iba a un colegio que no tenía fama de exigente. En ese enero de 1986 se había prometido conseguir trabajo a penas terminasen las vacaciones, con la idea de poder acallar los reclamos de sus padres con quienes mantenía las discusiones típicas –y frecuentes- de todo adolescente. Como le gustaba mucho bailar y no le gustaba nada que le dijeran que no, aquel martes en que sus amigos suspendieron el viaje a Carlos Paz se encargó personalmente de hacerlos cambiar de opinión y prácticamente los subió al Fiat 600 que los llevó a bailar al boliche Chez Amis. Ella también decidió cuándo era la hora de regresar. El último encuentro Al motor del Fiat 600 de Guillermo Elena, el amigo de Gabriela Ceppi, le patinaba el embrague pero era un auto fiel. Fue la rueda trasera derecha la que no se aguantó el viaje de regreso. Aquel martes, cuando pasaban frente al polígono de tiro la ruta 20, el neumático se pinchó. Eran las cuatro de la mañana y no quedó más remedio que detenerse a un costado de ruta, vender el cansancio y ponerse a trabajar. Además de Guillermo y Gabriela —que habían estado durmiendo hasta que se pinchó la rueda- también viajaba Alejandro del Campillo, el conductor. En pleno verano la vieja ruta era un infierno de autos que pasaban a toda velocidad como si ellos no existieran. Cuando vieron que un auto se detenía unos seiscientos metros más adelante y comenzaba a retrocer, lo tomaron como una buena señal. Les iba a venir bien que les prestaran una llave cruz. Se trataba de un Ford Taunus y su conductor era Roberto José Carmona, que estacionó a unos treinta metros, se bajó y fue a hablar con ellos. -Hola chicos, ¿qué les pasó? Preguntó, mostrando una cara amable que había aprendido a sobreactuar. —Pinchamos —contestaron Guillermo y Alejandro, que no podían sospechar que a esa altura una especie de cosquilleo corría por el cuerpo de Carmona. —Tengo un taco en el baúl y una llave. Comentó, gentil, ofreciendo a alcanzárselos. Al llegar al auto el cosquilleo se convirtió en excitación. Lo que inicialmente era un gesto de curiosidad se convirtió en un asalto. Sólo restaba que el ladrón eligiera el momento perfecto para comunicárselo a sus víctimas. Carmona volvió hasta el Fiat con uno de los chicos que lo había acompañado, entregó la llave cruz y esperó. A los chicos les llamó la atención que se quedara un rato con la mirada como perdida, observándolos con detenimiento y en silencio. Sólo en un momento reaccionó y fue para hablar con Gabriela: — ¿Tenés frío? Preguntó y, antes de que ella respondiera ya se había sacado la campera de jean para apoyarla sobre los hombros de la adolescente. Unos minutos después, sin que los chicos pudieran anticiparlo, mostró otra cara. — ¿Me conocés a mí vos? Le preguntó en un tono agresivo a Alejandro. Nadie le respondió y el silencio pareció animarlo. Sacó el arma que tenía en la cintura y dijo las dos palabras que había estado pensando desde hacía rato: —Están asaltados. Secuestro Los chicos le dijeron que no tenían nada y realmente era así. Terminaron entregándole todo, hasta un reloj de poco valor que el ladrón se negó a aceptar. Cuando parecía que la pesadilla terminaba, Carmona se dirigió a Gabriela y le dijo: — Vos vení conmigo. — No. Dejala, no te la llevés — reaccionó Guillermo, recibiendo una respuesta cínica de Carmona. — No te preocupés. Es un seguro, la voy a dejar más adelante. Cuando el chico se acercó como enojado, Carmona le apuntó con el arma y acabó con la charla. — No te hagas el loco. Además quedate tranquilo que yo no soy ningún violador. Dijo mientras se guardaba el arma en la cintura. Gabriela no pudo hacer más que caminar junto a él y subir al auto, obediente. El Ford Taunus arrancó y el secuestrador repitió que se quedara tranquila, que la iba a tirar más adelante. Además de algunas chucherías, el asaltante llevaba en el bolsillo la llave del Fiat 600. A esa altura los chicos, desesperados, hacía señas en la ruta y al mismo tiempo trataban de ajustar la rueda de auxilio. Pasó bastante tiempo hasta que un taxi se detuvo y Elena pidió que lo llevara para hacer la denuncia. La fuga continuó a toda velocidad. Carona miraba la ruta 20 con cierta obsesión, como antes había observado la rueda mientras los chicos la cambiaban. Cuando tomó la Avenida Circunvalación reparó en Gabriela porque ésta, aterrada, se animó a hablar: — ¿Dónde me llevás? — Cállate, que las órdenes las doy yo. Respondió seco, mientras seguía la ruta pisando a fondo el acelerador. Gabriela apretaba con todas sus fuerzas una etiqueta de cigarrillos y una caja de fósforos. El violador Todo lo que sabemos de los últimos minutos de Gabriela lo sabemos gracias a su asesino, y no queda más que creer en él y en su relato o, al menos, reproducirlo, porque con los años lo modificó en varios detalles. Al tomar el camino de tierra, por primera vez se le ocurrió la idea de violarla. Lo hizo arriba del auto a un costado del camino. O al menos eso confesó. Después sintió ganas de hacer pis y se bajó del Taunus sin darse cuenta de que había dejado el arma dentro del vehículo. Gabriela no observó el descuido, o simplemente no se animó a hacer nada al respecto. Al regresar, Carmona encendió el motor nuevamente y regresó a la ruta 9. Necesitaba pensar qué iba a hacer. La idea de dejarla ir ya no era la principal. En realdiad nunca lo había sido. Siguió rumbo hasta que encontró otro camino de tierra y volvió a desviarse haciendo un corto recorrido. Estaba en un campo a la altura de la localidad de Toledo. Ya habían pasado las 5 de la mañana y pronto se haría de día. Así como había estado varios minutos mirando a los chicos cambiar la rueda antes del asalto y observando la ruta antes de la primera violación, dice que estuvo observando el tablero del Taunus, antes de decidir la muerte de Gabriela. Estacionado en ese lugar y todavía arriba del vehículo la violó por segunda vez manteniéndose inmune al llanto de la adolescente. Luego se bajó, abrió el baúl y sacó una carabina. Apuntándole, la bajó del auto y la obligó a caminar cruzando un alambrado. Vencida, la chica repitió la misma pregunta: — ¿Qué me va a hacer? —Nada. Respondió Carmona. Después apuntó a la cabeza de Gabriela y miró hacía un costado para no tener que ver el rostro de su víctima al disparar. Ella se arrodilló y rogó que la dejara vivir, pero a Carmona no le importó. La bala perforó la cabeza de Gabriela, que se encontraba a un metro de distancia. Road movie El cadáver de Gabriela quedó tendido en un campo de sorgo, mirando al sudeste y con la cara contra el piso. La adolescente murió apretando la etiqueta de cigarrillos Marlboro. Carmona se fue de allí rumbo a Villa María con una cadenita de su víctima. La ruta era un destino en sí mismo y el asesino atravesó varias ciudades hasta que, al llegar al puente que separa Villa María de la localidad de Villa Nueva, vio a un chico haciendo dedo y lo invitó a subir. Eran las siete de la mañana. El pasajero era Norberto Ortiz y volvía a La Carlota después de asistir a un festival de rock en La Falda. Cuando le dijo a Carmona a dónde iba, el asesino respondió que tenían el mismo destino. En el camino Carmona creyó que Ortiz había visto su arma, así que ensayó una explicación: "No te asustes por eso, yo soy un cabo del Ejército y tengo familiares en La Carlota”. El viaje derivó en una charla. El asesino de Ceppi le contó a su acompañante que había estado de joda en Alta Gracia y que iba a Pergamino, donde prestaba servicio en una base militar. Al pasar por Etruria, Carmona observó un muchacho al costado de la ruta. No estaba haciendo señas, pero se detuvo igual y le preguntó hacia dónde iba. —A Chazón. Respondió Sergio Pieroni, y subió al auto sin sospechar que se convertiría en otra víctima de una jornada violenta. Abandonaron Etruria, pero cuando estaban llegando a Chazón, Carmona se desvió tomando un camino de tierra que llevaba a la laguna la Tunita. Al llegar al lugar, el asesino les dijo a sus dos pasajeros que debían ayudarle a robar, y los obligó a hacerlo. Él se quedó con la carabina recortada y le entregó la nueve milímetros sin balas a Pieroni. Caminando fue hasta el campamento de unos pescadores y, después de tirar varios tiros al aire, les robó dinero, un reloj, una carpa, dos estéreos de autos y una carabina. Antes de escaparse se apoderó de las cosas de sus pasajeros y partió solo. En su huida pasó por Canals y cometió otro asalto. Robo un Peugeot 505 y abandonó el Taunus. En Venado Tuerto evitó un control de la caminera y en la localidad de María Teresa cambió el auto nuevo por una camioneta Toyota que más tarde aparecería abandonada en la localidad de Junin, en la provincia de Buenos Aires. El miedo perfecto Como todo caso policial impactante, el caso Ceppi fue tapa de los diarios desde el día 16 hasta que encontraron el cuerpo de la joven, casi un mes después. La noticia de una adolescente secuestrada y desaparecida cayó como una piedra en una sociedad que había preferido mirar de reojo el horror de la dictadura y ahora debía enfrentarse al hecho de que cualquiera podía ser víctima de un crimen. En aquel verano del miedo, todo una generación de chicas cordobesas que comenzaba a salir de noche debió posponer esa experiencia. Las cosas fueron peores cuando se identificó a Carmona y trascendió que éste la había violado y matado. Captura La investigación del hecho fue complicada. Carmona había dejado miles de pistas, pero la Policía pensó que podía tratarse de un secuestro extorsivo y perdió mucho tiempo investigando a la familia de Gabriela y a los chicos que estaban con ella aquella noche. Como no había señales de la adolescente, la histeria general se agudizó y comenzaron las presiones. Muchos tenían la esperanza de que apareciera viva. Cuando la investigación llegó a Villa María, Carmona hacía tiempo que había cambiado sus autos y cometía otros delitos en Buenos Aires. Con los años, algunos investigadores escribirían libros y darían charlas contando cómo lo capturaron, pero en rigor de verdad Carmona cayó por sus propios errores, fruto de su exceso de confianza o simplemente por tener un método desorganizado. Entre tantas pistas, una lo condenó. En su brazo derecho el asesino llevaba tatuada la palabra Rocky y todas sus víctimas lo habían visto claramente. El 11 de febrero, el diario La Capital de Rosario publicó una información que llamó la atención de los investigadores. En General Pacheco habían detenido a un hombre que manejaba un Ford Taunus y mantenía secuestrados, dentro del auto, a un taxista al que le había robado primero y a una familia entera que había sido su víctima después. Fue la primera vez que alguien escuchó el nombre de Roberto José Carmona vinculado al homicidio de Ceppi. Carlos Campos, el investigador del caso, se comunicó entonces con General Pacheco y pidió hablar con el superior de turno. —Necesito que se fije si tiene un tatuaje en el antebrazo derecho. Pidió. Media hora después ese oficial llamó para confirmarlo. —No puedo leer toda la palabra, pero tiene un tatuaje y las primeras dos letras son “erre” y “o”. Aseguró. Al día siguiente Carmona viajaba a Córdoba acompañado de cuatro policías. Confesión o golpes Según declaró el comisionado del caso, Carlos Campos, en ese viaje a Córdoba Carmona, tranquilamente, confesó todo. El cosquilleo que lo hizo detenerse al ver el Fiat 600, la conmoción que sintió al encontrarse con la adolescente, la primera violación en el camino interfabricas, la segunda violación y el crimen. Cuando le preguntaron cómo había logrado tamaña confesión, Campos dijo que después que los policías le dijeran que era “el mejor delincuente y el más difícil de atrapar”, él se había largado a hablar como un loro. Cuando llegó a Córdoba un periodista cruzó dos palabras con Carmona y éste, con la cara evidentemente golpeada, afirmó que le habían pegado durante todo el viaje y que sólo así lo obligaron a hablar. El sospechoso llevaba varias horas detenido y todavía no había podido hablar con un abogado, pero en la Córdoba de aquellos años a nadie le importaron los derechos de Carmona. Culpable y todo, otra vez Roberto José debía lidiar con el poder en una posición desfavorable. De no ser por él la Policía nunca hubiera podido encontrar el cadáver de Gabriela. Durante el juicio, cuando Campos contó lo que Carmona le había relatado, el asesino reaccionó y dijo que eso era falso. Que el mismo Campos lo había obligado y que en el viaje lo habían "ablandado a golpes" hasta que finalmente le prometieron que, si confesaba, iban a ser considerados con él. Carmona fue consistente en su planteo. Dijo que él no había violado a la chica y que eso había sido introducido en la confesión por los policías debido a que ellos no se explicaban —como él tampoco sabía explicar- porqué había matado a Gabriela. Así como las dudas sobre la violación son y la confesión de ese abuso tiene atisbos de ser irregular, la idea de Carmona intentando culpar al consumo de marihuana del crimen que cometió, resulta absurda, ridícula y fantasiosa. A quién mató —Póngase en el lugar del juez y díganos a quién sentaría usted en el banquillo de los acusados. —Yo soy psicóloga, no jueza Respondió Liliana Angélica Licitra. —Está muy bien su respuesta, pero le pido por favor que haga un esfuerzo y me diga a quién pondría usted en el banquillo. La licenciada estaba nerviosa, incomoda, acababa de realizar una dura y cruza exposición sobre la vida del acusado y el juez Carlos Eduardo Lloveras, un hombre con cara de pocos amigos, le estaba pidiendo más. En la oscura sala del edificio de tribunales de calle Caseros, la voz de la única persona que hasta entonces había logrado entrar en el inconsciente de Roberto José Carmona habló: —Yo pondría en primer lugar a la sociedad. Por sus instituciones y por la manera en la que se manejan esas instituciones de menores a la hora de acompañar el crecimiento de los niños que albergan. Es evidente que, tal como los ha descripto el acusado, sólo pueden producir a un psicópata. Pero también lo sentaría a Carmona porque comprende y dirige sus actos por lo que, teniendo otras opciones, decidió matar. La suerte del asesino de Gabriela Ceppi estaba echada. Cuando le preguntaron a la especialista porqué había matado a Gabriela, la mujer fue más allá, y sugirió que al hablar con Carmona él le había confesado que cuando su víctima le pedía piedad arrodillada, él en realidad se veía a sí mismo solicitando una piedad una piedad que nunca habían tenido con él. Al matar a Gabriela, Roberto José también se disparó a sí mismo. La cámara quinta del crimen lo condenó ese año a reclusión perpetua y le impuso una accesoria por tiempo indeterminado, una medida inconstitucional que significa que, aun cumpliendo la pena, el preso no podría salir en libertad. En sus alegatos los jueces citaron a uno de los testigos, el psiquiatra Eduardo Schoenemann, que calificó de psicópata a Carmona y aseguro que necesitaba “una reeducación” que ninguna institución penitenciaria argentina estaba en condiciones de darle. Además de encerrarlo para siempre también lo estaban condenando a nunca ser tratado como una persona con su patología debería ser tratado. Un preso vil La vida de los Ceppi oscureció tras el crimen, pero la de Carmona siguió. En la cárcel se convirtió en un preso conflictivo. El primer incidente que trascendió ocurrió a los dos años de la condena, en 1988. Ese día un preso llamado Martín Candelario Castro recibió un puntazo –no demasiado profundo- en el estómago de manos del asesino de Gabriela. A la noche, mientras Castro dormía Carmona atacó de nuevo. El arma no era mortal, pero sí definitiva. Un litro de aceite hirviendo le desfiguró el rostro a Castro que pasó a llamarse Freddy Kruger en el penal de San Martín. En Diciembre de 1994 Carmona atacó con un arma blanca a otro reo llamado Hector Vicente Bolea, que murió a raíz de las heridas recibidas. Bolea era un preso con prestigio y ascendencia así que a los días siguientes un grupo de reos quiso linchar a Carmona. El servicio penitenciario lo salvó, pero se hizo imprescindible trasladarlo a la prisión regional del norte, en la provincia de Chaco. Según el testimonio de Carlos Campos, el policía que logro la confesión del asesino de Ceppi, en 1997 Carmona volvió a matar cuando se enfrentó a dos internos en Chaco. A uno le clavó un palo de escoba en el pecho. El otro sobrevivió de milagro. Durante los procesos judiciales por estos delitos Carmona se negó a hacer declaraciones. Para él esos juicios eran una farsa. Diálogo Para Carmona la mayoría de los periodistas son una basura y entre todos solo se destaca uno que vale la pena. Su amiga Gonio Ferrari. La única persona que lo ha entrevistado y que le ha permitido monologar y explayarse en sus definiciones sobre la vida y la humanidad. En 2007 le concedió una entrevista a canal 12, pero la canceló enojado porque en lugar de la estrella del canal, le enviaron a otra periodista. Cuando en 2008 estuvo a punto de concederle un reportaje al diario Día a Día, Carmona deicidio dar de baja a la reunión a último momento. Ante el reclamo pidió que a cambio le regalaran una videocasetera, pero cuando le dijeron que no, aseguró que por recomendación de “gente cercana”, preferiría no “prestarse al circo de una entrevista”. Eso no impidió que se produjeran largos diálogos telefónicos y un encuentro personal de casi una hora entre el asesino y el periodista. “Esperé demasiado tiempo en mi vida para razonar y predisponerme y recién allí tomar decisiones. Hasta que logré hacerlo yo tenía una mente criminal y a las mentes criminales ustedes no pueden entenderlas, porque las mentes criminales piensan de manera promiscua”, dijo aquella tarde. Enojado, pero con ganas de hablar, también se hizo tiempo para criticar a los medios de comunicación: “no creo que te vayas a encontrar con un reo, un preso, un condenado más coherente que Roberto José Carmona. Yo fui expuesto brutalmente, como un animal ante los medios, después de eso nada puede asustarme. La gente tiene una idea de mí que yo no puedo modificar. No me interesa hacerlo. Yo soy todo lo que ustedes quieren que sea, pero ustedes no saben quién soy”. Carmona se mostró como una persona educada, soberbia y contenida. Llevaba puesta una musculosa blanca tipo red y un collar del que colgaban dos anillos. Se lo veía en buen estado físico mostrando un cuerpo torneado en el que sobresalían varios tatuajes. Antes de irse dijo que aceptaba responder una única pregunta: —Durante el juicio en el año 86 dijiste que no sabías porqué lo habías hecho. ¿Respondiste esa pregunta en esos años? Veintidós años después de crimen Carmona escuchó y pareció divertirse. Respondió sobrador: — ¿Tenés tiempo? —Sí. Sí tengo tiempo. —Yo no. Dijo entonces, contento, y se fue, arrastrando con él a los guardias que lo seguían corriendo desde atrás. Epílogo Actualmente Carmona está alojado en el complejo carcelario de Bauwer, esperando que se le permita salir en libertad. En 2012 cumplirá cincuenta años y completará casi cuarenta alojado entre instituciones de menores y penitenciarías. Veinticinco de esos años los pasó pagando por el crimen de Gabriela. La accesoria por tiempo indeterminado que lo mantiene tras las rejas es, a las claras, inconstitucional y sería justo que después de pagar su pena pudiera salir. Durante su vida carcelaria tuvo siempre bajas calificaciones a la hora de evaluar su sociabilidad, su trato con los demás y su conducta. Vivió gran parte de ese período aislado y eso le genera cierto orgullo: “En veintitrés años de cárcel –dijo aquella tarde 2008 – no fui un día a clases. Jamás trabajé. Nunca estuve insertado”. Actualmente está en pareja con una mujer y se ha hecho cargo de un hijo de ella al que ama como propio. Según dice, ha logrado curar su “mente criminal” gracias al apoyo de las personas que lo aman. Todavía hoy, el asesino de Gabriela niega haberla violado y para sostener esa afirmación se remite a la sentencia en su contra por “robo calificado, privación ilegal de la libertad calificada, homicidio calificado y robo calificado reiterado”, sin nombrar la palabra violación. Carmona rechaza entonces aquella confesión que dice que le sacaron a los golpes y se enoja cada vez que se escribe sobre el caso porque está convencido de que los periodistas sólo quieren seguir exhibiéndolo como una bestia. No mantiene contacto con su familia materna.
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