DISCRIMINACIÓN A BORDO DEL C2. ESCRIBE PAULA FRATICELLI.
Los actos de xenofobia y discriminación son cotidianos y gran parte de la sociedad asiste como espectadora pasiva e impotente del maltrato hacia los migrantes. Lo peor, esta forma de violencia no es patrimonio de adultos poco solidarios, sino que cala ondo en adolescentes y jóvenes. De eso trata el episodio que sucedió a bordo de la C2. La indignación y la impotencia se apropiaron de los pasajeros de la línea de colectivos urbanos C2 de Córdoba, lo que se evidenció con el silencio que invadió el ómnibus cuando los hombres y mujeres en viaje fijaron los ojos sobre una escena protagonizada por un joven y una mujer. Escena increíble pero real. Cuando el vehículo salía del microcentro de la ciudad un adolescente de unos 16 años que vestía camiseta de Belgrano y jean grande hizo seña al colectivo, al subir se quedó parado detrás del chofer. Al instante se durmió- parado como estaba- y cuando el colectivo dobló en una esquina su cuerpo se balanceo y cayó sobre una mujer boliviana sentada a espaldas del chofer. Por instinto, la mujer puso su brazo como queriendo detener la caída del muchacho sobre ella. El joven abrió los ojos, muchos esperábamos pronunciara sus disculpas a la señora. La palabra “perdón” no salió de la boca del joven; todo lo contrario los gritos e insultos brotaban de su boca uno tras otro siendo la señora la destinataria. Ella evitó la caída del joven y él interpretó que tuvo intención de empujarlo. Ni bien el chico empezó a expresarse se hizo evidente que estaba alcoholizado. Todos los pasajeros quedamos inmóviles, nuestros oídos posicionaron atención en eso que estaba pasando. Nadie reaccionó, quizás por temor a que el joven estuviera armado o que tuviera una reacción que trascendiera los insultos. El ataque verbal hacia la mujer fue discriminatorio. En los verborrágicos insultos también fueron atacados todos los bolivianos que habitan nuestro país: “Bolivianos sucios”, “bolivianos de mierda, por qué no se van a laburar a su país” fueron algunas de las frases que, entre tambaleos y trabadas de lengua, salieron de la boca del adolescente. La historia podría titularse: “XENOFOBIA BORRACHA”. Ya te seguimos contando.
SEGUNDA PARTE Siempre a bordo del C2… Paralizados e indignados más de uno esperábamos que el chofer reaccionara para detener semejante violencia; pero sólo se limitó a controlar por el espejo que la situación no se fuera de las manos. La mujer se mantuvo en silencio; sin embargo, como los insultos no cesaban, se paró y con tono suave le dijo al agresor: “¿Por qué no te callas? Estás borracho muchacho, siéntate”. La calma de la mujer en vez de contagiar al joven, lo alteró aún más. Levantó la mano como para pegarle a la señora y en el embrión de su brazo derecho el grito de “ ¡eyyyyy!” pronunciado por todos los pasajeros hizo eco en el ómnibus. El chico poseído por su ebriedad pareció no enterarse que todos los ojos llenos de bronca se posaban en él. Al llegar a la parada cercana al Bajo Pueyrredón, asentamiento ubicado a unas 30 cuadras del centro, el joven se bajó mareado; mientras se dirigía a la puerta delantera para descender balbuceó: “Ya te voy a ver en el mercado de abasto el lunes, boliviana culia…, te voy a chorear todos los limones”. Estaba borracho, pero consciente de la agresión hacia la señora. Lo que sigue podría titularse: “No somos héroes”. Ni bien descendió el muchacho, una pasajera cuestionó al chofer por no haber “hecho nada” para detener semejante agresión hacia la señora. Gran parte de quienes seguíamos en viaje aún estábamos pendientes de lo que ocurría, y a más de uno se nos cayeron algunas lágrimas de la impotencia y la bronca que nos invadía. El chofer respondió que él no podía hacer nada y precisó que había mandado un mensaje de texto a la empresa- Coniferal- solicitando ayuda policial. Para enviar el mensaje usó el nuevo aparato que tienen las unidades de transporte público para comunicarse con la empresa vía sms. Posteriormente agregó: “Los choferes nos somos héroes, no podemos hacer nada”. Mientras tanto la señora agredida giró su cabeza y expresó que no nos preocupáramos, que ella estaba bien; quizás acostumbrada a este tipo de maltrato. En los años 90 Argentina se convirtió en el lugar de arribo de una masiva cantidad de ciudadanos bolivianos y peruanos que abandonaban sus tierras en busca de un mejor porvenir. En la década menemista Argentina parecía el paraíso y los inmigrantes bolivianos y peruanos se convirtieron en mano de obra barata para el mercado laboral local. Pese a servir a la industria de nuestro país con su incansable fuerza de trabajo, éstos inmigrantes no son bien tratados por los compatriotas argentinos. En numerosas ocasiones se convierten en blanco de agresiones verbales referidas a su procedencia, a su color de piel y a sus costumbres y vestimenta. Ellos agachan la cabeza y siguen trabajando.
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